La urgencia del presente

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No podía ser antes, ni tampoco después. Tenia que ser ahora el momento en que sucediera el presente.

Se va conociendo cada vez mas gente que hace el viaje que me hubiese gustado pero muy por el contrario de lo que yo pensaba, no me surge lamentarme sino que me siento muy a gusto de como han salido y están saliendo las cosas. Parece mentira, pero hoy no lo podría imaginar de otra manera.

Otra vez a la ruta, muchas horas de dar vueltas en un asiento chico o en una cama improvisada pero con el gusto e ver que el paisaje cambia de la noche a la mañana. Nueva parada y nueva historias.

Angkor, templo-monumento que hereda la humanidad. Con esa añoranza y esa nostalgia de estar en un lugar que supo tener épocas doradas y por el que durante cientos de años vio circular gente que no solo iba a sacar fotos. Como cuando vi la ciudadela de  Machu Picchu, misma sensación y misma actitud. No pude pestañear hasta ver todo lo que estaba a mi alcance. Las caras y sus expresiones, la vida transcurrida y el arte de quien no podemos entender en palabras pero si mediante el trabajo de sus manos.

El amanecer y después el calor. Los templos que ya no están devorados por la jungla ahora son fagocitados por miles de turistas. Ese albergue de fe y devoción supo ser esplendor y ahora, como esos autos viejos sigue deslumbrando, con otra belleza digna de admirar.  Ya no acecha el peligro de la estupidez humana (al menos en su forma más obvia) sin embargo las marcas de un pasado poco feliz, son indelebles. Saqueo sistematizado, como en todos los grandes lugares que quedan en pie y bastante de autodestrucción son las mellas más visibles.

No hay lugares que por si solos hagan la diferencia, pero si se tiene buena compañía, la cosa cambia. El lugar estimula y después el resto lo hace cada uno.

Así entonces, buscando remojar un poco las raíces en el agua o bien para hacerle un poco de contra al calor incansable que cansa convierte a Koh Rong en una muy buena opción. Desconocido lugar para nosotros y para muchos, una islita poco concurrida y agreste pero con una belleza que deja poco al azar. Aguas templadas azules y verdes. Turquesa y esmeralda. Arena como azúcar y mucha vegetación. Sobran palabras y falta tiempo para disfrutar de un paisaje que parece tener las horas contadas para la invasión. El día es maravilloso pero la noche deslumbra. Nadar en las aguas del mar entre el plancton fue, sin exagerar, una de las cosas que no esperaba conocer algún día. Es increíble. Mientras estaba en el agua pensaba como contarlo y creo que es imposible. Astros plateados inundando un paño azul profundo, como joyas incrustadas en un vestido de noche. Estrellas arriba y abajo. Altas y caídas como en un cuento. La luna negra nos deja ser espectadores en primera fila y también los protagonistas. Las manos se iluminan al compas de las sonrisas. Esa cara, como la que tenía cuando era chico y se descubría algún tesoro en la plaza Italia.

Como todos los grandes viajeros, yo he visto más cosas de las que recuerdo, y recuerdo más cosas de las que he visto. *

4 pesos de propina – Llego la hora

///*esta frase no es mía, la leí por ahí. Resume bastante para el cierre.